En ocasiones viajamos a lugares que suponen un choque terrible. Salir de Europa es alejarse de esas líneas que creemos tener muy claramente marcadas, y recibir una cura de humildad que funciona también como un aviso a navegantes. Nuestro modelo no es la norma, sino una excepción geográfica e histórica.
En un mercado asiático vemos a una anciana que apenas puede caminar pero va cargada de bolsas, con lo que después servirá en su puesto de comida callejero. En una calle cualquiera de una bonita ciudad sudamericana, un niño que debería estar escuela atiende un mostrador, nos pide una moneda o nos vende artesanía.
Nos duele verlo, pero a pesar de todo compramos un souvenir, regateamos un precio y nos quejamos de la calidad de la comida. Nuestra ética sangra frente a la realidad, pero tomamos una foto.
Yo aún no sé muy bien cómo manejar mis contradicciones, aunque lo intento. No compro nada que venga ofrecido por niños, no fomento la mendicidad, huyo de situaciones que me hacen sentir incómodo, trato siempre de respetar a las personas. Y nunca me olvido de una cosa: ser amable y agradecido abre muchas puertas y me hace sentir mejor.